lunes, 29 de junio de 2009

No eres tú, soy yo

Ya de hace un año que conocí a esta chica. Déjenme corregir eso: a esta chica linda. Fue una noche en la que no esperaba nada, hasta que un amigo me convenció para ir a La Fábrica. Luego, mi jefa me llamó para invitarme al APAP, el Óscar de la publicidad en el Perú (sí, hay premios para eso, increíble, ¿no?).

Por alguna razón, le pedí prestado a mi viejo su saco de gamusa, como si presintiera que pasaría algo. Cuando llegué, ya se habían terminado las premiaciones y las chelas; el whisky era escaso, pero aún rondaba y había que aprovecharlo. No conocía a casi nadie así que si a algo me dediqué fue a perseguir a los mozos, a encontrar hielo y ceniceros. Cuando me di cuenta que no iba a conocer a nadie interesante y que los pocos conocidos no me acompañarían más tarde a una travesía barranquina, me quité.

Una cola de mierda me esperaba en La Fábrica. Me encontré con un amigo, se rumoreaba que ya no dejaban pasar. Llegaron unos serenos. Parecía que ahí no iba a conocer a nadie tampoco. Llamé a otro amigo, estaba en el Sargento. A la media hora de espera, nos fuimos p’allá.

Nos instalamos en el bar y, de la nada, mi amigo jaló a esta chica como si se tratara de un as bajo la manga. Nos quedamos bebiendo cervezas y fumando cigarros. La cajetilla de Lucky que ella llevaba esa noche nos acompañaría en toda la relación, siempre la llevaba consigo, no por recuerdo, sino porque nunca se le acababa: sólo fumaba muy, pero muy de vez en cuando.














Se negó a irse con sus amigas y más tarde, camino a su casa, nos besamos. En los tres meses que estuvimos juntos, me acompañó a ver películas gore que no le interesaban, nos paseamos por la feria del libro, conoció a mis amigos, soportó mi horrible horario de trabajo, mi cansancio de los fines de semana, mis ahorros para poder mudarme y se puso esos lentes de carey que alguna vez le dije que me gustaban. ¡Y pensar que ni siquiera pensaba salir la noche que nos conocimos! Entonces, ¿por qué no seguí con ella?

Lo que le dije fue que estaba acostumbrado a estar solo, que era muy inmaduro para una relación, que necesitaba primero ordenarme antes de estar con alguien, que me gustaría ser su amigo. Yo quería que me diga algo, lo que sea, que ella también opinara lo mismo, que le parecía feo, un idiota, que me puteara si la hacía sentir mejor. “Quiero irme a mi casa”, fue lo único que atinó a decir. Como cuando nos conocimos, la acompañé hasta su casa, pero esta vez ella muy separada, al otro extremo del asiento, mirando por la ventana y, para colmo, el taxista escuchaba viejas baladas por la radio. Me sentí como una mierda.












Todas las razones que le dije eran verdaderas, sin embargo ella me llamó e insistió en una reunión para dejar todo claro y, sobre todo, para que admitiera que no estaba enamorado. También era verdad y, aunque no quería llegar a tanto, se lo dije. Ahí acabó todo, en un Starbucks. Qué mierda, ¿no?

La semana pasada nos topamos en Polvos Azules, pasaje 18 por supuesto. Yo estaba solo, ella acompañada de un chico. La abracé y luego me lo presentó. No hablamos mucho, de hecho era una situación media incómoda, no es que haya pasado mucho tiempo tampoco, pero ella se notaba aún más nerviosa que yo. Seguí comprando películas donde Charito y ellos en el stand del costado. Terminé y me despedí con otro abrazo, pero ella no fue tan efusiva. Cuando estuvimos juntos, siempre me decía para ir a Polvos Azules, pero nunca la acompañé.

Esa misma tarde, me llamó. Quería saber el teléfono de un conocido y si me había mudado. Le dije que sí y que era bienvenida cuando quiera.

Me pregunto si todavía llevará esos Lucky en su cartera.

domingo, 21 de junio de 2009

Los chicos

Bryce dijo alguna vez que escribía para que sus amigos lo quieran aún más. Esta semana, que mi novia terminó conmigo, me di cuenta que, a diferencia de Bryce, yo no necesito hacer eso. No es que me bote ni nada, pero estos días me he dado cuenta de lo afortunado que soy, escribiendo o no, porque sé que hay personas que me acompañan en las buenas o malas y estas líneas son para ellos.

Para el que llegó primero y, al verme borracho, sin bañarme, me dijo “huevón, eres hank!”, el mejor cumplido del día porque yo siempre quise ser Bukowski. Es bueno saber que después de tanto tiempo, todavía podemos hablar de la vida como si aquellos años universitarios, donde nos conocimos, no hubieran pasado. Gracias por la pizza amigo y nunca olvidaré tus sabias palabras: “las mujeres son como los dictadores: cuando se ponen noicas comienzan a matar gente”.

















Para el par que salió de la oficina un ratito y me acompañó con una copita de vino. Gente con más experiencia que me dio otro punto vista: uno que también tuvo una relación a larga distancia (como fue la mía) y ahora está casado con la misma chica y tienen una hija lindísima, con unos ojasos; el otro, alguien con el que tengo pocas cosas en común, pero aún así, en el trabajo, nos cogimos cariño, porque a veces las personas no son exactamente como te las imaginas, felizmente... Y, para reconfortarme, me dijo que algún día tendré un amor de verdad, que eso no fue enamorarse, aunque esas palabras nunca se las compré. Pero en algo tenía razón: yo viví lo que viví con mi pareja, yo me esforcé, me arriesgué y puedo mirar atrás y decir “no me arrepiento de nada”, porque hice todo lo que tenía que hacer, por nosotros. Gracias por el Sublime, aunque se lo comieron ustedes, sé que fue con cariño.

Para el que llegó con una botella de vino a cantar conmigo, a pesar que tenía un partido de básquet al día siguiente. Él también prácticamente se divorció y no sólo se acabó el vino, sino también una media botella de whisky que estaba tan abandonada como nosotros. Gracias por el karaoke y disculpa por haberte dejado regresar en moto bajo esas condiciones.














Para el que se apareció con una botella de vino más y se quedó callado, escuchándome cantar huevadas y riéndose. No se necesita hablar para gozar de una buena compañía. Gracias por el apoyo moral.

Para la que me acogió en su casa con unas cervezas y me ayudó a buscar hospitalidad en la ciudad donde supuestamente no iba a necesitar buscar, porque me quedaría con mi pareja… pero ya no. Gracias por hacerme recordar de lo maravilloso que es lo simple (ojo, no la simpleza), porque ya todo estaba muy complicado. Gracias por haber dejado la tele en “American Pie”.

Para la pareja que me sacó al cine a ver “Up!”, porque decían que eso era justo lo que necesitaba: “Up!”. Me animó ver a una pareja que se quiera tanto, que saquen la guitarra que aún no saben tocar bien y se canten canciones entre ellos y para mí. Gracias por dejarme regresar a mi casa con una sonrisa.















Para el que me quiso enseñar “Guitar Hero” en vano. Cuando hablábamos de su boda se emocionaba, igual que yo cuando hablaba de la mía y se dio cuenta que en verdad me casé cuando nadie más lo creía. Gracias por la comprensión y la paciencia como profesor de guitarra.

Para la chica que se sentía tan sola como yo y pudimos compartir unos besos, para olvidarnos de otros. Una extraña amistad que nadie más comprenderá. Gracias por estar siempre ahí.

Y bueno, esto es para todos: para los que me dijeron “lúchala”, para los que me dicen ahora “te lo dije”, para los que no dicen nada porque no los veo hace tiempo, para los que me encontraré, espero pronto… Gracias chicos, porque ahora sé que no necesito escribir más para que me quieran.

martes, 16 de junio de 2009

Mi Enfermedad

Tengo un problema, una enfermedad. Tal vez el término apropiado para mi condición sea “amor platónico”.

Los síntomas se manifestaron a temprana edad, a través de una fijación por la niña de “Paso a paso”, ¿recuerdan esa serie? Pero no les hablo de la chica “nice”, sino de su hermanastra, la achorada, la que usaba el gorrito. Me tragaba todas esas ridiculeces con Suzanne Summers y Sasha Mitchell (sí, el que sale en las secuelas de “Kickboxer” o “Retroceder nunca, rendirse jamás”, la verdad que no recuerdo), sólo para verla a ella.














Años más tarde, de adolescente, tuve una pequeña obsesión con Natalie Portman. Ya había visto “El profesional”, pero cuando en verdad me llegó fue en su papel de la inocente “Lolita” de “Beautiful girls”. Ahí no sólo era bonita, sino también escuchaba buena música. ¡Cómo hubiera querido ser Timothy Hutton! Y, tal vez, por imitarlo, la primera vez que me enamoré fue de una niña. No le llevaba tantos años, pero en esa época se notaba una diferencia: yo estaba por salir del colegio, ella comenzaba la secundaria. La buscaba a la salida y conversábamos lo que podíamos antes de ingresar a nuestra respectiva movilidad. Una de aquellas tardes, por su cumpleaños, quise regalarle un cuento. Ella hizo como si no le interesara. Nunca se lo di.


















Luego está la novia de mi amigo. Ella no era nada mi estilo, pero parábamos bastante juntos, nos emborrachábamos felices y era la reina del drama y, como cineasta que quiero ser, a mí me encanta el drama. Cuando asumimos lo que pasaba, dejamos de salir un tiempo. Casi pierdo a mis dos amigos, pero felizmente tienen un código de la amistad a lo Bryce. Ahora ella es menos dramática, ha arreglado un poco su vida y sigue con mi amigo. Desgraciadamente, dentro de ese grupo, hay más chicas.

A mi mejor amiga, también amiga de la novia de mi amigo, le conté lo que sentía por ella luego de que ella me contara que se había agarrado a un huevón. Toda esta historia creo que no alcanzará para este blog, pero puedo decir que si de alguien me he enamorado realmente fue de ella. Al poco tiempo se fue a Europa. Siempre nos escribíamos, me despertaba algunos sábados por la mañana con una llamada. Casi un año después regresó e hice todo por ella: cosas tan ridículas como escribirle y cantarle una canción en el parque, acompañado de la guitarra de un pata de la facultad. Desde entonces he decidido no volver hacer esas huevadas de nuevo.












Cuando entendí que no me hacía nada bien me alejé y conocí a otra chica, mi sueño hecho realidad: una cantante. No estaba enamorado, pero lo intentábamos, hasta que un día mi “mejor amiga” me llama y me dice que tiene que hablar conmigo. Salimos a un café, luego nos tomamos un vino por ahí, la verdad que la pasamos muy bien, con ella siempre me sentí en casa. Al llegar a la puerta de la suya, me dijo que yo era lo mejor que le había pasado en su vida, que íbamos a poner a nuestros hijos en el Franco Peruano y los haríamos ver películas de Truffaut. Me besó. Terminé con mi novia y luego, mi “mejor amiga”, me choteó. Esta vez, el que huyó a Europa fui yo. Ahora ella está en algún país, visitando a su pareja, con el que está desde un mes después que me confesó sus sueños con nuestros futuros hijos. Según ella, dice que el pata me tiene celos. Bien hecho.













En España me esperaba una limeña. Bajita, pecosa, artista, mayor. Traté de contenerme, pero no pude, era linda. Me parecía raro que no conociera a alguien que en verdad la tomara en serio. Quería decirle todo lo que esos chicos no le decían, porque en verdad se lo merecía. Alguna noche, la salvé de una borrachera con absenta y, aunque yo también andaba con mis tragos, no tuve el valor de decirle lo que sentía, hasta un mes antes de regresar a Lima: borracho en una discoteca de mierda, le dije que me encantaba y ella sólo me abrazó. Antes de viajar le regalé una novela gráfica: “Nunca me gustaste”; hace unos días recibí otra de parte de ella, en el que había escrito que me extraña. Anoche me dejó un mensaje en el chat, decía que en estos días se acordaba mucho de mí; yo también de ella.















A la francesa la conocí en un bus; sí, algo parecido a las películas. Salíamos, pero nunca me atreví a hacer nada porque ella tenía novio y yo no quería complicarme más la vida, siempre traté de mantener una distancia. Una semana antes que me vaya, en un domingo de resaca, como el de hoy, me llamó y me dijo que me quería. Una semana después, la limeña y ella se despedían de mí en la estación de buses. Hace poco recibí una carta: contenía hojas de los árboles de Lyon. Aún sigue con su novio.














¿Qué es esta enfermedad que nos lleva a fijarnos, a enamorarnos de personas tan alejadas de lo que nosotros queremos, de lo que esperamos? Puede que a estas chicas las llegue a conocer bien, pero al final de cuentas todas son tan distantes como la chica de “Paso a paso”. Sin embargo, me alegro de haberlas conocido, de distintas maneras, pero sobre todo enamorado, como se lo merecían.

De regreso a Lima, encontré en una vieja amiga buena compañía. Cuando estaba en España la extrañaba porque tiene una vejiga casi tan sensible como la mía y es aún más torpe que yo: acompañado de esta manera, estas “desventajas” se convertían en anécdotas.

Ayer salimos y ella estaba linda, con vestido nuevo. Ahora la llamé y le advertí sobre mi condición, que al parecer ciertos síntomas se están manifestando. “No te preocupes, ya no voy a usar ese vestido”, me dijo.