lunes, 5 de abril de 2010

nadar solo












“En los momentos más felices de tu vida, siempre estás acompañado de alguien”, confirmaba el personaje de una película. Lo escuché y pensé “eso no es verdad”. No me atreví a decírselo a la chica que me acompañaba.

Mi madre constantemente me pregunta si estoy con novia y, cada vez que sabe que estoy con mi ex (ahora mi amiga), le manda saludos muy cariñosos como si estos nos pudieran convencer de regresar; mi abuelo, obsesionado con los que cree él que son los últimos días de su vida, espera verme con una chica antes de estirar la pata; mi hermana, al ver que me mudaba con una compañera de piso gay, me preguntó si yo también lo era. Mi madre se casó a los veintiún años, mi abuelo con su enamorada desde los dieciséis años y mi hermana con su único enamorado. Pero lo que ellos no entienden es que mi generación es la del mundo individualista, la de las personas independientes, de la libertad sexual, de la experimentación de nuestra identidad sexual, del “saliente” y no de la enamorada(o), de los agarres y no de los besos. Los veintes están para vacilarse, tener un tiempo para encontrarse a uno mismo, para disfrutar con varios antes de encadenarse con alguien, porque total, ¿no dicen que los treintas son los nuevos veintes?

No pues, mi Lima no es así. Por lo menos no a mi alrededor. A mis recién cumplidos veintiséis años, algunos amigos tienen pareja ya por varios años y con los que ya planean compartir su vida; otros se casan con personas que casi no conocen; varios tienen diferentes parejas sin tener tiempo para reflexionar porqué no funcionaron con la última; los demás salen en la nocturnidad con la esperanza de encontrar a su alma gemela entre cervezas y tronchos y/o publican blogs en los que se busca novia(o).

En (mi) Lima, aquel tiempo individualista que nos prometieron, en el que cada uno era dueño de su mundo, se quedó en las páginas de algunos teóricos. Si dependemos tanto de la compañía, o de la ilusión de ésta, nunca aprenderemos a estar solos, verdaderamente solos y, por ende, nunca nos conoceremos por completo.

Tampoco les voy a negar que yo no tenga alguna ilusión, que hay veces que envidio a mis amigos que han encontrado alguna “estabilidad” con otra persona, pero es increíble descubrir que, en algunos casos, la envidia es recíproca: “cómo me hubiera gustado vivir algo así”, “quisiera tener ese tipo de historias…”. Aunque es cierto que no cambiaría nada de lo que me ha pasado ni de las personas hermosas que he conocido gracias a mi soltería, también es verdad que no he salido muy bien parado de algunas situaciones y que, tal vez, un par me han afectado muy profundamente.

Por el momento, me voy a olvidar de que las chicas de mi edad que me han interesado últimamente prefieren a cuarentones o a su propio género, lo que no dice mucho sobre nosotros, hombres de mi generación. Me entregaré tranquilo, sin ataduras, sin compromisos, a los libros, al cine, a mi trabajo, a mis amigos, a mi familia, a mis proyectos, a mi ciudad, a mi aprendizaje, a mi cultivo, a mí.

Años atrás, almorzaba en una ciudad extraña, llena de desconocidos. Nunca me gustó comer solo, pero miraba tras la ventana, hacia la calle y, mientras masticaba, pensaba “qué paja”. Sonreía. Nadie que yo conociera en el mundo sabía que estaba ahí, en ese momento, en ese lugar. Sólo era yo, feliz.