lunes, 24 de agosto de 2009

un gancho en mi piso

Qué bonito es despertarse y encontrar algún accesorio femenino olvidado en tu dormitorio. Esta vez fue un gancho para el cabello que estaba tirado en el piso. Lo recogí y lo coloqué junto a la figura que tengo de Felipe (de “Mafalda”) en mi escritorio. La figura, como muchas veces en la misma caricatura, tiene cara de preocupado y se lleva las manos a la cara, como si estuviera esperando algo. Junto al gancho, ya no se ve solitario, ya no espera, pero ahora sus manos en el rostro son indicación de vergüenza y nerviosismo frente a la presencia femenina.

Desde un rincón de mi escritorio, el gancho se destaca por sus curvas, al costado de objetos burdos como controles remotos o vasos melosos que alguna vez contuvieron Coca Cola. Desde lo alto, el nuevo huésped parece mirar con temor lo que le espera si volviera a caer: zambullirse entre ropa sucia, oler zapatillas gastadas, enredarse en cables que aguardan una víctima, pelusas, discos y guiones aún no grabados. Con pena observa hacia el otro rincón, donde una guitarra yace volteada contra la pared, castigada.

Ahora el que espera es el gancho, para ser rescatado por su dueña, del infierno masculino en el que ha sido abandonado. Yo también espero, porque cuando el objeto ya no esté aquí, significará que ella ha regresado y, con suerte, lo de anoche se habrá repetido.