lunes, 24 de mayo de 2010

Un buen día

Tengo la suerte de tener al Bigote a la vuelta de la casa. Pedí un par de sus famosas almejas y un arroz con mariscos. Me senté a esperar en la barra, en el mismo sitio que alguna vez compartí con una mujer a quien amé. Sonreí. Caminé por Pardo, por el camino de peatones en medio de la avenida claro, porque es más bonito y tranquilo que caminar por las veredas de los lados. Llegué hasta Hiraoka, donde compré un reproductor de mp3: ya hacía meses que se me había malogrado el último, me he enviciado con el soundtrack de “Crazy Heart” y no tengo tanta plata como para comprarme un ipod y, si lo tuviera, seguro que no sabría cómo usarlo.

Por Angamos, desemboqué a Comandante Espinar y de ahí al cine. Aún era temprano para la película, me fui a ojear libros a Crisol. Nada nuevo. En el Centro Cultural de la Católica me encontré con una exposición sobre Vallejo. En mi libreta, anoté las siguientes líneas:

“Y, entre mí, digo:
ésta es mi inmensidad
éste mi grato peso, que en bruto, a cántaros me buscará
abajo para pájaro,
éste es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala
estos mis alarmados compañones”

Curiosamente, luego descubriría que se trata del poema “Epístola a los transeúntes”.

Me llamó una amiga, me invitaba a una función de teatro donde ella trabaja como asistente de dirección. Era en el mismo Centro Cultural, pero todavía más tarde, primero tocaba regresar al cine.

Faltaba media hora para la proyección, pero no importaba, saqué un cómic que había llevado justo para estas ocasiones. Coincidentemente, también citaba a Vallejo:

“Me gusta la vida enormemente, pero, desde luego, con mi muerte querida y mi café”.

Una señora, sola como yo, se abre paso rápidamente para encontrar sitio en la sala. Yo también. La película no es tan buena, pero los actores son mis comediantes contemporáneos favoritos, así que igual la disfruté.

Aún era temprano para la obra de mi amiga, así que decidí caminar por el parque El Olivar, uno de mis sitios favoritos de la ciudad. Me acordé del dibujo que tiene Liniers de él caminando por ahí, con la ex de un amigo.

Antes de ingresar al teatro, tuve tiempo de darle un vistazo más a esa exposición de Vallejo y de terminar mi cómic.

Junto a mí, se sentó un reconocido actor, con el que había trabajado hace mucho tiempo y se lo hice recordar. Me presentó a su esposa, que en verdad se había agarrado mi sitio, pero no me molestaba. También le recordé que mi amiga había trabajado con él en otra obra y, aunque tenía buenos recuerdos de ella como asistente, no los tenía de la directora.

Al terminar, felicité a mi amiga por el trabajo, la verdad que la obra me gustó bastante, a pesar de que decían que la función del día anterior estuvo mucho mejor. Ella sacó su bicicleta, en donde se le veía aún más pequeña de lo que es. Caminaba junto a ella mientras hablábamos de la obra, de su vida entre Lima y Europa, de su preocupación de no estar en planilla y de no tener una pensión decente para el futuro, aunque a ella no le gustaría ser longeva. Llegamos a la altura de mi casa, le agradecí una vez más por la invitación y nos despedimos.

Calenté el arroz con mariscos que sobró de la tarde, puse a Bayly y luego TNT donde todavía veo “Alta Fidelidad” que, lamentablemente, está censurada. No se puede tener todo.